sábado, 11 de abril de 2020

A mí que me importa



A mí qué me importa

Guía de Análisis

Género literario: Ensayo

Características:

1.   Expresión variable: El ensayo está escrito en prosa y es breve. Las ideas se deben exponer de manera clara y precisa.
2.   Libertad expositiva: El ensayista trata el tema con cierta profundidad y rigor, pero sin intentar agotarlo. Su intención es analizar un problema.
3.   Variedad temática: El ensayo tiene la virtud de abordar cualquier tema, ya sea de ciencias, medicina o educación. Entre otras áreas.
4.   Lenguaje: El lenguaje empleado es expresivo y refleja vivamente los pensamientos o reflexiones del autor o de la autora.
5.   Tesis: El ensayo gira alrededor de una idea central, la cual se denomina tesis.
6.   Argumentación: El ensayo pretende persuadir a los lectores mediante la validez de su tesis. Para ello, el autor presenta diversos argumentos.
7.   Estructura: El ensayo consta de inicio o presentación, desarrollo y conclusión.
8.   Tiene carácter ancilar: Está al servicio de todas las ciencias.
9.   Es de carácter subjetivo: Está presente las ideas y pensamientos del creador.
10.                    Tiene un YO discursivo: es la voz que habla en el discurso.

Vocabulario
Evasiva: Salida o recurso con que una persona elude afrontarse a una dificultad, un compromiso o un peligro.
Admisible: Que puede ser admitido.
Polemizar: Entablar o sostener una polémica o una discusión.
Axioma: Enunciado tan evidente que no requiere de demostración.
Auscultamiento: Es un procedimiento clínico de exploración física que consiste en escuchar de manera directa o por medio de instrumentos sonidos del cuerpo.
Usura: Consiste en cobrar un interés excesivamente alto por un préstamo.
Iluso: Que se deja engañar con facilidad.
Epílogo: Parte de un discurso o de una obra literaria en la que se ofrece un resumen general de su contenido.
Vallar:  Cerco o valla formada con estacas.


Título
A mí qué me importa

Autora
Carmen Naranjo Coto

Nacionalidad

Costarricense


Nació
1928
Muerte
2012

Géneros que escribió
Cuento, Poesía, Ensayo, Novelas, Artículos periodísticos
Género Literario
Ensayo
Características
1.       Extensión variable
2.       Libertad expositiva
3.       Variedad temática
4.       Lenguaje
5.       Tesis
6.       Estructura
7.       Tiene un yo discursivo
8.       Es de carácter ancilar
9.       Es de carácter subjetivo

Obras importantes
Los perros no ladraron
Camino al medio día
Diario de una multitud

1.       ¿Cuáles ideas nos dice la autora sobre el ser costarricense que utiliza el término “A mí qué me importa”?
  1. ü    Un grito desnudo de libertad.
  2. ü    El silencio de la sensibilidad.
  3. ü    La ignorancia de nosotros.
  4. ü    La insinceridad de la desvaloración.
  5. ü    Exclama resentido la no importancia de aquello que le duele.
  6. ü    El costarricense es receloso de mostrarse a sí mismo sensible


2.       Comente cuál es su opinión respecto a las ideas anotadas. Mencione ¿con cuáles ideas está de acuerdo y con cuáles no, por qué?
Ø  Un grito desnudo de libertad: La frase “a mí qué me importa” es exclamado por el ser costarricense cuando se siente atrapado y juzgado por los demás, entonces esa frase lo hace sentirse libre, no quiere preocuparse ni alterarse.

Ø  El silencio de la sensibilidad: Es una libertad irresponsable, cuando el costarricense se ve acosado y se siente sin salida es dado a polemizar y le cuesta expresar sus pensamientos y sentimientos, justificar sus propios actos, se escuda en la frase “a mí qué me importa”.

Ø  La ignorancia de nosotros: Utiliza el nosotros para evadir toda responsabilidad. Por comodidad para alivianar las cargas y no aceptar la responsabilidad de sus propios intereses


Ø  La insinceridad de la desvalorización: “a mí qué me importa” es una oración tan negativa y a la vez poco sincera, ya que su expresión denota que al sujeto lo tiene sin cuidado, lo que digan de él. La utiliza para librarse del dolor, de la preocupación, del golpe que le ha dolido y que sigue doliendo. Busca diversos caminos para tratar de recuperar las fuerzas, pero en su interior se defiende con una capa de indiferencia.

Ø  Exclama resentido la no importancia de aquello que le duele: El costarricense con el “a mí qué me importa” demuestra su contradictorio resentimiento social. Exclama resentido y amargado la no importancia que le duele y le hiere. Le corresponde exhibir la valentía de rehusar las heridas. La ira, el resentimiento, el amargor se queman con “a mí qué me importa” son el combustible fácil de frases y frases.


Ø  El costarricense es receloso de mostrarse a sí mismo sensible: Cree que con eso se debilita, pierde su hombría y se descredita. Necesita negar para afirmarse, se siente libre e independiente cuando niega, se ve a sí mismo más hombre cuando encierra en la nada lo que le es extraño.


3.       Explique cuáles son los argumentos que utiliza el yo discursivo en el ensayo “A mí qué me importa” para apoyar su tesis.
El yo discursivo se apoya en los argumentos que utiliza el ser costarricense para expresar la frase “a mí qué me importa” dice que la frase enseña indiferencia, insensibilidad, inconsciencia, deshumanización, irrealidad caprichosa, mentira, irresponsabilidad, consuelo cobarde, carencia absoluta de valor y de independencia.

4.       Justifique en qué forma se manifiestan la función ideológica y la función expresiva en el ensayo.
El yo discursivo muestra una actitud de enfado, de descontento, al ver el actuar del ser costarricense. Es una actitud escudada en la mentira, en la resignación, el egoísmo; de una negación hacia la realidad, hacia la indiferencia. Es una actitud de negarse a sí mismo; en vez de pensar en sí mismo, copia; en vez de creer, miente; en vez de ser, imita; en vez de opinar, repite. Es una actitud de cobardía, de una traición.  Es un olvido de ser parte de la humanidad.


5.       Resuma las ideas principales del ensayo “A mí qué me importa”


Definición de:
1.       Función Expresiva: es la función determinada por los rasgos que expresan una actitud o sentido que intenta transmitirse al receptor mediante entonaciones o determinadas modalidades.

2.       Función ideológica: es la función que condensa el modo dominante de pensamientos. Se expresa por medio de ideas, valores, actitudes que se ponen de manifiesto en la forma de actuar de un individuo.


                                  A mí qué me importa                                     

“Entre la mentira y la hipérbole el lenguaje se destruye”.
(“El segundo sexo” de Simone de Beauvoir)

Si por comodidad y por medio a la individualidad, el hombre se esconde a través de un sujeto plural, cuando ya está frente a un suceso que lo conmueve, le repercute directamente y se refiere a su vida en forma concreta, pues ha tocado en alguna forma sus propios intereses, no hay evasiva posible en cuanto a una expresión que le pertenezca, sea parte de él. Ya no es admisible evadirse detrás del nosotros. Ese escudo no se puede aceptar. El hombre responde, ya escondiéndose dentro de sí mismo, “a mí qué me importa” y al enfatizar dentro de esa expresión dos formas del pronombre yo, está definitivamente sumergido en su propio círculo.

Para entender que, aunque solo, el hombre también se esconde en esta expresión, pongamos un ejemplo. Imaginemos que ha habido una resolución o un juicio que afecta a un hombre determinado. El pronunciamiento hiere su propia estimación. Frente a un suceso de esta naturaleza, se realiza en la práctica un acoso. El hombre se siente sin salida, porque es dado a polemizar sobre aquellos aspectos muy generales y poco íntimos en que puede exponer sus pensamientos y reservarse dentro de las palabras. Es muy fácil hablar, pero realmente dificultoso explicar actitudes personales, justificar los propios actos, hacer comprensibles las posiciones humanas. En nuestra época ese es un trabajo de técnicos, de psiquiatras o psicólogos. La facilidad con que se presenta el axioma socrático “conócete a ti mismo”, es un laberinto que nos perdamos la mayoría de las veces, en la práctica del intento. Este hombre acosado por un juicio ajeno a él mismo y que lo reduce a un concepto, tiene un camino fácil de salida. Entonces responde:

a mí qué me importa”.

La oración es tan negativa como insincera en la generalidad de su uso, pues quiere decir que al sujeto no le importa, le tiene sin cuidado el pronunciamiento o el juicio vertido sobre él. La razón busca desprender el malestar, hacerlo ajeno, suprimirlo de toda consideración y aprecio. Y cuando más hiera, más estorbe, más duela, el hombre afirma negativamente su importancia. Busca en la insinceridad de la desvalorización, librarse de las preocupaciones que tiene menoscabándolas. Pretende insensibilizarse ante el golpe que le ha dolido y le sigue doliendo. Por diversos caminos mentales, trata de recuperar su fuerza, pero exteriormente se defiende con una capa de indiferencia.
 La primera cosa que denota esta expresión, es la de que, en realidad, es un grito desnudo de libertad. El hombre al exclamarla desea sentirse libre de todo juzgamiento, insensible a cualquier golpe, normalmente acomodado a su circunstancia. Algo lo ha conmovido, algo que quiere olvidar, negar, apartar del círculo de su vida. Es el sentimiento de libertad defensiva que todo ser humano alega en determinado momento para sí mismo, con la gala desnuda de su egoísmo. No quiere preocuparse, no quiere sensibilizarse, no quiere alterarse.

Deseo limpio y desnudo de libertad irresponsable, libertad que en los momentos cruciales de nuestra vida exigimos porque nos estorba el comentario, la intromisión, el auscultamiento de nuestros actos, o porque nos queremos reservar en el nivel de nuestra propia seguridad, ignorando cualquier alteración. Esa libertad irresponsable es el silencio de la sensibilidad, la ignorancia de los demás, el reconocimiento genuino de nuestra esfera cerrada. El cierre de puertas a lo que no sea propio, exclusivamente personal, a las voces ajenas, a las demandas de otro, a los comentarios que afectan.

La expresión no cubre únicamente lo personal y con ello se abre otro campo al análisis.
A mí qué me importa”, se refiere a cualquier suceso que pretenda sembrar inquietudes ajenas a los intereses particulares. Resulta que los conceptos más difundidos, de carácter cívico y social como parte sustantiva de la vida de cada individuo, con los que se ha nacido y crecido, pueden exigir un esfuerzo, una colaboración extraordinaria, una integración espontánea u obligada de un individuo. El “a mí qué me importa” puede ser una respuesta que lleva consigo una traición, un olvidarse de las proyecciones humanas del hombre como parte de la humanidad.

Si por una parte el hombre puede tratar de olvidar lo que se refiere a sí mismo, en su deseo de una libertad eminentemente irresponsable, no puede declararse enemigo de la sociedad a través de un rompimiento tan absoluto como es el de ni siquiera considerar importancia alguna a un hecho colectivo. Olvida que ese hecho colectivo lo afecta como ser humano y como componente de la sociedad; no puede asumir una posición ajena a lo esencialmente social en cuanto a la relación cierta que existe entre los hombres ligados por circunstancias reales a su país, a un poblado o a cualquier forma conjunta de seres. No cabe, no puede caber en nuestra época, un concepto tan irresponsable como el de “lo que no fue en mi año no fue en mi daño”. Pero, suponiendo que esa expresión se refiera en un tanto sustancial a la versión histórica de cada cual, es todavía menos admisible el desprendimiento que significa el “a mí qué me importa”. Ya no hay consideración de tiempo, ya no hay pretexto de años, ya no hay distancias que disminuyen la intensidad de los acontecimientos, estamos dentro de la actualidad, en el momento preciso en que se puede hacer algo, en la dimensión de la historia que se hace, no la que se analiza.

La libertad irresponsable ante el gesto egoísta, se convierte en libertad vacía porque la libertad como un propósito individual, como un medio de salvaguardar el derecho a vivir aislado, como un grito inconsciente de hacer lo que viene en gana, es una libertad sin contenido humano. Nada se encuentra en ella, ni un gesto amigo, ni una señal de ternura, ni una prueba de consideración humana, menos el aviso de un sentimiento hondo como el amor. Puede existir la salvación individual porque es un acto de enfrentamiento del ser ante sí mismo o ante un ente superior, y la salvación individual no puede ser nunca la insensibilización, el olvido de los demás o la inconsciencia solidaria, pues comprende una rendición de cuentas sobre el grado de humanización.

Puede existir también la independencia personal, es más debe existir si se quiere ser alguien y adquirir calidad humana. Independizarse es el hecho indispensable para iniciar la valorización de los actos ajenos y propios, para darle importancia a las cosas. El que ha conseguido la libertad a fuerza de insensibilización, es un verdadero autómata, el moderno robot de nuestra sociedad, el capitalista del “a mí qué me importa” como reacción ante el acontecer humano divorciado del sujeto, la separación rotunda del yo ante el legítimo derecho de los otros pronombres, sobre todo la ignorancia del nosotros. Nos dice “a nosotros qué nos importa “, salvo el caso en que un interés determinado de irresponsabilidad y de egoísmo haya unido a un grupo.

Resulta que para referirse el estado individual y a la resignación conformista, el hombre se escuda en un sujeto colectivo. Pero, para apartarse de un hecho especial, usa su propio nombre impregnado en el yo, que en todos los idiomas abarca la propiedad de seres y cosas, de estados y reacciones, de gustos y repugnancias, de rechazos y aceptaciones. El yo es el agente más poderoso del idioma, sólo igualable de sí y al no como puertas de todos los pasos.

Es al yo al que no le importa. Y la negación se expresa con la partícula “qué” en sentido de medida para indicar la mínima, la importancia valorada bajo cero, similar a los termómetros, en que el cero empieza a tener un valor más negativo y se inicia la medida de la negación. La exclamación del “qué” equivale a la palabrota que se omite o que se sustituye en aras de la buena educación. El sinónimo en este caso no oculta, sino que enfatiza, destaca que no hay importancia, no la puede haber porque al sujeto no le importa. Desde ese punto de vista es una negación de la realidad, pues se está ante un hecho que no se valora, no se le atribuye importancia, casi no existe para el individuo. Es la expresión corriente del conocimiento subjetivo, es el soy dentro de lo que quiero que sea. Alguien podría opinar que el “qué” es interrogativo sin respuesta, pues va implícita en la frase. No se debe perder tiempo en tal digresión, en el fondo es lo mismo, la única diferencia es que el camino de la interrogación es más largo para llegar al mismo resultado.

El “A mí qué me importa” enseña indiferencia, insensibilidad, inconsciencia, deshumanización, irrealidad caprichosa, mentira, irresponsabilidad, consuelo cobarde, carencia absoluta de valor y de independencia. Nadie logra ser independiente por la puerta del escape, nadie llega a independizarse con los ojos y los oídos cerrados. Ser independiente exige lucha, enfrentamiento valiente con los problemas, victorias sobre el egoísmo e integración verdadera con el reconocimiento humano. La indiferencia es un peligroso camino hacia la esclavitud, es la dependencia del a mí sí me importa la pequeñez, la concepción del ser como pasajero agarrado a lo mezquino, la glotonería en el reparto de la usura social. La irrealidad caprichosa se demuestra en el deseo iluso de pretender únicamente lo aceptable desde el punto de vista de la comodidad de cada quien. Es el rechazo de lo incómodo, ya sea revestido en forma de pregunta, de inquietud, de pensamiento hondo, de preocupación social o personal, de conmoción íntima o de conciencia de altura. El hombre se miente a sí mismo con la expresión de “a mi qué me importa” y la mentira puede llegar a ser tan vital como la irresponsabilidad en que se ha sumido. La irresponsabilidad en nuestra época es una de tantas drogas con que, al negar nuestra realidad, también nos negamos a nosotros mismos. Se presenta como un epilogo el consuelo cobarde de la importancia, que significa la carencia absoluta del valor necesario para vivir como ser humano capaz de ser en la fuerte vibración de la humanidad.

En nuestro país, el “a mí qué me importa” refleja visiblemente el individualismo anárquico del costarricense. Individualismo porque tiene un profundo sentido de su conveniencia, no porque aspire a tener calidad de individuo y como tal necesite fortalecer su yo pensante o su yo persona. Está atento a sus intereses personales, a la comodidad estable de sus aspiraciones: un buen empleo, salud, abundancia de dinero, seguridad personal y familiar, libertad de movimiento sin responsabilidad y respeto a sus deseos de propiedad. Este es el fiel retrato del individualismo burgués. Carece el país de personalidades individualistas, casi se podría decir individuos. Nuestros políticos buscan ser la balanza exacta del costarricense mediocre, al que los hombres inteligentes y aventureros asustan, hasta los que piensan mucho resultan incómodos. Sobresalen en las campañas como perfectos representantes del individualismo masificado, son promesas de respeto a la indolencia frente a la superación, al ocultamiento de los problemas difíciles, a la reverencia a una tradición que se ha ido lavando y ha progresado en la pérdida de su verdadero sentido, de su idealismo original. Este individualismo es anárquico porque está configurado en cada costarricense, es una condición de su cerebro, no coincide en cuanto a valores en dos personas, no puede sumarse ni generalizarse, salvo en su común denominador: la tendencia a lo inerte ante de sacrificar un solo movimiento por el bien común o sea la preferencia a no actuar si en ello hay un mínimo peligro a la comodidad estable de cada uno.

El análisis de lo anterior nos puede llevar a una verdad en parte muy dura, y es la de que el costarricense no es individualista sino esencialmente egoísta. Nacido en un ambiente con apariencia de medio fácil, y en el fondo tremendamente hostil para formar con la austeridad necesaria a un verdadero individuo, el costarricense se pierde alegremente frente a las posibilidades que tiene de realizarse. En vez de pensar por sí mismo, copia; en vez de creer, miente y exige fe para sus mentiras; en vez de ser, imita; en vez de opinar, repite; en vez de valorar, exclama “a mí qué me importa”. El individualista es un ser que ha medido su propia importancia, por eso es individuo, tiene conciencia de su misión como ser humano y está influido por la responsabilidad de su trascendencia. El egoísta es un tipo inmanente a él mismo, pegado al valor rastrero de su alcance sólo puede dar importancia a lo que es significado a su propia comodidad. Lo demás pertenece a lo de su incumbencia. Es hasta el límite en que se empieza a incomodar.

Este negar importancia, este rodearse de un mundo ignorado, de otro ser sin derecho, este envolverse en la niebla para contar con la luz propia del capricho egoísta, enseña un sueño del costarricense; la libertad ilimitada en cuanto a cada quien, y limita para los demás, otorgada como una graciosa concesión a los otros mientras no molesten y sigan agradeciendo la dádiva. El sueño de libertad del costarricense es un sueño egoísta y es la señal del miedo profundo a vivir responsablemente.

Dentro de este sueño, también esconde nuestro pueblo el miedo de encontrar su realidad. Prefiere repetir Costa Rica es la Suiza de Centroamérica, a darse cuenta de los problemas sociales que tiene el país. Prefiere comentar que su café es el mejor del mundo, a concebir la realidad de un monocultivo sangrado como una bolsa de agua agujereada por los miles de escapes hacia una vida artificial de lujos y vanidades. Prefiere repetir que las mujeres son las más lindas del mundo, a sentir un gesto de hombría y de caballerosidad. Prefiere la permanencia de una ley ineficaz por el miedo terrible a lo nievo en el país, quiere que su patria tenga una cara envejecida y un cuerpo achacoso porque prefiere amar  al padre y negar al hijo o al nieto, su pensamiento no llega nunca al bisnieto.

El “a mí qué me importa“, además de negar la realidad, busca esquivar el tiempo. Lo que fue es un momento histórico y no se revisa ni se analiza. Lo que será es una incógnita que no preocupa y sobre la que no cabe presunción alguna. Y lo que es, es en cuanto a la realidad de cada uno entre el hoy, el ayer y el mañana, algo por hacerse que no se hace, dentro del cual el tiempo es una condición que no se puede aunar si se quiere a la realidad, pero que no es completamente necesario porque hay un momento en que el tiempo se viste de voluntad y otro de fatalismo. El costarricense no vive el tiempo, tropieza con él. Lo olvida con frecuencia y cuando se lo encuentra como un valladar imposible de vencer, la mejor salida es desconocerlo, negarle su importancia, expresar el “a mí qué me importa”.   

Pero, esa expresión rebela la sensibilidad patológica del costarricense como resultado de su irrealidad circunstancial y de su egoísmo vital. El costarricense con el “a mí qué me importa” demuestra su contradictorio resentimiento social, pues por una parte ha tendido a olvidarse de lo que no sea su propia comodidad y por otra exige consideración, respeto, libertad, privacidad para sus actos, simpatía para sus problemas, afinidad con sus inquietudes. Sensible como todo egoísta, sensible en la médula de sus derechos, exclama resentido y amargado la no importancia que le duele y le hiere. Su egoísmo se encuentra con los bordes de la realidad, que ha deseado ignorar y dar por no existente, entonces sólo cabe la negación aun más voluntaria, más evidente, más enfática. La negación obvia que trata de ocultar la sensibilidad resentida. El “a mí qué me importa” es el decir del sensible a lo propio, es el tono del hombre consumido en su propio egoísmo, al que le corresponde exhibir la valentía de rehusar las heridas. La expresión se convierte en las lágrimas que se esconden por el temor de llorar como acto libre del dolor. Falta más que nunca la palabrota y el costarricense no la omite porque sabe que la liberación plena es un incendio voluntario de palabras. La ira, el resentimiento, el amargor se queman con ellas, son combustible fácil de frases y frases.

El hombre generoso en el ejercicio egoísta es el hombre más sensible a la contabilidad del reconocimiento. Acostumbrado a negar lo real, afirma negativamente su sensibilidad, oculta de nuevo su resentimiento por el camino fácil de expresar su carencia de valor y de importancia, no quiere que nada trascienda por su alma ya herida. Se parece al moribundo que se niega a morir de la enfermedad de que padece y ambiciona otra, que contradecir en el último momento a la muerte. Es como decir no padezco de susceptibilidad, no estoy herido porque no quiero estarlo, por eso lo niego aun cuando sienta dolor y tenga los síntomas. La contradicción vital es el arma que aniquila al aparentemente más fuerte y equilibrado de los hombres. No es un secreto, no es un dilema existencial, es un escondite consciente que se pretende hacer inconsciente, que enferma la voluntad y acaba por aniquilar la condición sensible y humana de cada quien.

El costarricense es receloso a considerarse a sí mismo sensible, cree que con eso se debilita, pierde su hombría y se menoscaba. El “a mi qué me importa”. Necesita negar para afirmarse, se siente libre e independiente cuando niega, se ve a sí mismo más hombre cuando encierra en la nada lo que le es extraño.

Hay una honda fuerza negativa que debe dirigirse hacia propósitos humanos de superación y de altura, que exige una nueva educación, seriedad en todos los campos, verdadera responsabilidad social y un encuentro inmediato con valores e inquietudes, para conmover ese ambiente de oasis alucinado en que pasan la vida los costarricenses en espera de unas vacaciones eternas.

Confío en que, el pensador a quien busca este tema exclame con un gesto abierto a mí sí me importa.             
De “Cinco temas en busca de un pensador