A mí qué me importa
Guía de Análisis
Género literario: Ensayo
1.
Expresión
variable: El ensayo está escrito en prosa y es breve. Las ideas se deben
exponer de manera clara y precisa.
2.
Libertad
expositiva: El ensayista trata el tema con cierta profundidad y rigor, pero sin
intentar agotarlo. Su intención es analizar un problema.
3.
Variedad
temática: El ensayo tiene la virtud de abordar cualquier tema, ya sea de
ciencias, medicina o educación. Entre otras áreas.
4.
Lenguaje:
El lenguaje empleado es expresivo y refleja vivamente los pensamientos o
reflexiones del autor o de la autora.
5.
Tesis:
El ensayo gira alrededor de una idea central, la cual se denomina tesis.
6.
Argumentación:
El ensayo pretende persuadir a los lectores mediante la validez de su tesis.
Para ello, el autor presenta diversos argumentos.
7.
Estructura:
El ensayo consta de inicio o presentación, desarrollo y conclusión.
8.
Tiene
carácter ancilar: Está al servicio de todas las ciencias.
9.
Es de
carácter subjetivo: Está presente las ideas y pensamientos del creador.
10.
Tiene
un YO discursivo: es la voz que habla en el discurso.
Vocabulario
Evasiva: Salida o
recurso con que una persona elude afrontarse a una dificultad, un compromiso o
un peligro.
Admisible: Que
puede ser admitido.
Polemizar: Entablar
o sostener una polémica o una discusión.
Axioma: Enunciado
tan evidente que no requiere de demostración.
Auscultamiento:
Es un procedimiento clínico de exploración física que consiste en escuchar de
manera directa o por medio de instrumentos sonidos del cuerpo.
Usura: Consiste
en cobrar un interés excesivamente alto por un préstamo.
Iluso: Que se
deja engañar con facilidad.
Epílogo: Parte de
un discurso o de una obra literaria en la que se ofrece un resumen general de
su contenido.
Vallar: Cerco o valla formada con estacas.
Título
|
A mí qué me importa
|
Autora
|
Carmen Naranjo Coto
|
Nacionalidad
|
Costarricense
|
Nació
|
1928
|
Muerte
|
2012
|
Géneros que escribió
|
Cuento, Poesía, Ensayo, Novelas, Artículos periodísticos
|
Género Literario
|
Ensayo
|
Características
|
1.
Extensión
variable
2.
Libertad
expositiva
3.
Variedad
temática
4.
Lenguaje
5.
Tesis
6.
Estructura
7.
Tiene
un yo discursivo
8.
Es
de carácter ancilar
9.
Es
de carácter subjetivo
|
Obras importantes
|
Los perros no ladraron
Camino al medio día
Diario de una multitud
|
1.
¿Cuáles
ideas nos dice la autora sobre el ser costarricense que utiliza el término “A
mí qué me importa”?
- ü Un grito desnudo de libertad.
- ü El silencio de la sensibilidad.
- ü La ignorancia de nosotros.
- ü La insinceridad de la desvaloración.
- ü Exclama
resentido la no importancia de aquello que le duele.
- ü El costarricense es receloso de mostrarse a sí mismo sensible
2. Comente
cuál es su opinión respecto a las ideas anotadas. Mencione ¿con cuáles ideas
está de acuerdo y con cuáles no, por qué?
Ø Un grito desnudo de libertad: La frase “a
mí qué me importa” es exclamado por el ser costarricense cuando se siente
atrapado y juzgado por los demás, entonces esa frase lo hace sentirse libre, no
quiere preocuparse ni alterarse.
Ø El silencio de la sensibilidad: Es una
libertad irresponsable, cuando el costarricense se ve acosado y se siente sin
salida es dado a polemizar y le cuesta expresar sus pensamientos y
sentimientos, justificar sus propios actos, se escuda en la frase “a mí qué me
importa”.
Ø La ignorancia de nosotros: Utiliza el
nosotros para evadir toda responsabilidad. Por comodidad para alivianar las
cargas y no aceptar la responsabilidad de sus propios intereses
Ø La insinceridad de la desvalorización: “a
mí qué me importa” es una oración tan negativa y a la vez poco sincera, ya que
su expresión denota que al sujeto lo tiene sin cuidado, lo que digan de él. La
utiliza para librarse del dolor, de la preocupación, del golpe que le ha dolido
y que sigue doliendo. Busca diversos caminos para tratar de recuperar las
fuerzas, pero en su interior se defiende con una capa de indiferencia.
Ø Exclama resentido la no importancia de
aquello que le duele: El costarricense con el “a mí qué me importa” demuestra
su contradictorio resentimiento social. Exclama resentido y amargado la no
importancia que le duele y le hiere. Le corresponde exhibir la valentía de
rehusar las heridas. La ira, el resentimiento, el amargor se queman con “a mí
qué me importa” son el combustible fácil de frases y frases.
Ø El costarricense es receloso de mostrarse
a sí mismo sensible: Cree que con eso se debilita, pierde su hombría y se
descredita. Necesita negar para afirmarse, se siente libre e independiente
cuando niega, se ve a sí mismo más hombre cuando encierra en la nada lo que le
es extraño.
3.
Explique
cuáles son los argumentos que utiliza el yo discursivo en el ensayo “A mí qué
me importa” para apoyar su tesis.
El yo discursivo
se apoya en los argumentos que utiliza el ser costarricense para expresar la
frase “a mí qué me importa” dice que la frase enseña indiferencia,
insensibilidad, inconsciencia, deshumanización, irrealidad caprichosa, mentira,
irresponsabilidad, consuelo cobarde, carencia absoluta de valor y de independencia.
4.
Justifique
en qué forma se manifiestan la función ideológica y la función expresiva en el
ensayo.
El yo discursivo muestra una actitud de enfado, de descontento, al ver el
actuar del ser costarricense. Es una actitud escudada en la mentira, en la
resignación, el egoísmo; de una negación hacia la realidad, hacia la
indiferencia. Es una actitud de negarse a sí mismo; en vez de pensar en sí
mismo, copia; en vez de creer, miente; en vez de ser, imita; en vez de opinar,
repite. Es una actitud de cobardía, de una traición. Es un olvido de ser parte de la humanidad.
5.
Resuma
las ideas principales del ensayo “A mí qué me importa”
Definición
de:
1.
Función
Expresiva: es la función determinada por los rasgos que expresan una actitud o
sentido que intenta transmitirse al receptor mediante entonaciones o
determinadas modalidades.
2.
Función
ideológica: es la función que condensa el modo dominante de pensamientos. Se
expresa por medio de ideas, valores, actitudes que se ponen de manifiesto en la
forma de actuar de un individuo.
A
mí qué me importa
“Entre
la mentira y la hipérbole el lenguaje se destruye”.
(“El
segundo sexo” de Simone de Beauvoir)
Si por comodidad y por
medio a la individualidad, el hombre se esconde a través de un sujeto plural,
cuando ya está frente a un suceso que lo conmueve, le repercute directamente y
se refiere a su vida en forma concreta, pues ha tocado en alguna forma sus propios
intereses, no hay evasiva posible en cuanto a
una expresión que le pertenezca, sea parte de él. Ya no es admisible evadirse detrás del nosotros. Ese escudo no
se puede aceptar. El hombre responde, ya escondiéndose dentro de sí mismo, “a
mí qué me importa” y al enfatizar dentro de esa expresión dos formas del
pronombre yo, está definitivamente sumergido en su propio círculo.
Para entender que,
aunque solo, el hombre también se esconde en esta expresión, pongamos un
ejemplo. Imaginemos que ha habido una resolución o un juicio que afecta a un
hombre determinado. El pronunciamiento hiere su propia estimación. Frente a un
suceso de esta naturaleza, se realiza en la práctica un acoso. El hombre se
siente sin salida, porque es dado a polemizar
sobre aquellos aspectos muy generales y poco íntimos en que puede exponer sus
pensamientos y reservarse dentro de las palabras. Es muy fácil hablar, pero
realmente dificultoso explicar actitudes personales, justificar los propios
actos, hacer comprensibles las posiciones humanas. En nuestra época ese es un
trabajo de técnicos, de psiquiatras o psicólogos. La facilidad con que se
presenta el axioma socrático “conócete a ti mismo”, es un laberinto
que nos perdamos la mayoría de las veces, en la práctica del intento. Este hombre
acosado por un juicio ajeno a él mismo y que lo reduce a un concepto, tiene un
camino fácil de salida. Entonces responde:
“a mí qué me importa”.
La oración es tan
negativa como insincera en la generalidad de su uso, pues quiere decir que al
sujeto no le importa, le tiene sin cuidado el pronunciamiento o el juicio
vertido sobre él. La razón busca desprender el malestar, hacerlo ajeno,
suprimirlo de toda consideración y aprecio. Y cuando más hiera, más estorbe,
más duela, el hombre afirma negativamente su importancia. Busca en la
insinceridad de la desvalorización, librarse de las preocupaciones que tiene
menoscabándolas. Pretende insensibilizarse ante el golpe que le ha dolido y le
sigue doliendo. Por diversos caminos mentales, trata de recuperar su fuerza,
pero exteriormente se defiende con una capa de indiferencia.
La primera cosa que denota esta expresión, es
la de que, en realidad, es un grito desnudo de libertad. El hombre al
exclamarla desea sentirse libre de todo juzgamiento, insensible a cualquier
golpe, normalmente acomodado a su circunstancia. Algo lo ha conmovido, algo que
quiere olvidar, negar, apartar del círculo de su vida. Es el sentimiento de
libertad defensiva que todo ser humano alega en determinado momento para sí
mismo, con la gala desnuda de su egoísmo. No quiere preocuparse, no quiere
sensibilizarse, no quiere alterarse.
Deseo limpio y desnudo
de libertad irresponsable, libertad que en los momentos cruciales de nuestra
vida exigimos porque nos estorba el comentario, la intromisión, el auscultamiento de nuestros actos, o porque nos
queremos reservar en el nivel de nuestra propia seguridad, ignorando cualquier
alteración. Esa libertad irresponsable es el silencio de la sensibilidad, la
ignorancia de los demás, el reconocimiento genuino de nuestra esfera cerrada.
El cierre de puertas a lo que no sea propio, exclusivamente personal, a las
voces ajenas, a las demandas de otro, a los comentarios que afectan.
La expresión no cubre
únicamente lo personal y con ello se abre otro campo al análisis.
“A mí qué me importa”, se refiere a cualquier suceso que pretenda
sembrar inquietudes ajenas a los intereses particulares. Resulta que los
conceptos más difundidos, de carácter cívico y social como parte sustantiva de
la vida de cada individuo, con los que se ha nacido y crecido, pueden exigir un
esfuerzo, una colaboración extraordinaria, una integración espontánea u obligada
de un individuo. El “a mí qué me importa” puede ser una respuesta que lleva
consigo una traición, un olvidarse de las proyecciones humanas del hombre como
parte de la humanidad.
Si por una parte el
hombre puede tratar de olvidar lo que se refiere a sí mismo, en su deseo de una
libertad eminentemente irresponsable, no puede declararse enemigo de la
sociedad a través de un rompimiento tan absoluto como es el de ni siquiera
considerar importancia alguna a un hecho colectivo. Olvida que ese hecho
colectivo lo afecta como ser humano y como componente de la sociedad; no puede
asumir una posición ajena a lo esencialmente social en cuanto a la relación
cierta que existe entre los hombres ligados por circunstancias reales a su
país, a un poblado o a cualquier forma conjunta de seres. No cabe, no puede
caber en nuestra época, un concepto tan irresponsable como el de “lo que no fue en mi año no fue en mi daño”.
Pero, suponiendo que esa expresión se refiera en un tanto sustancial a la
versión histórica de cada cual, es todavía menos admisible
el desprendimiento que significa el “a mí qué me importa”. Ya no hay
consideración de tiempo, ya no hay pretexto de años, ya no hay distancias que
disminuyen la intensidad de los acontecimientos, estamos dentro de la
actualidad, en el momento preciso en que se puede hacer algo, en la dimensión
de la historia que se hace, no la que se analiza.
La libertad
irresponsable ante el gesto egoísta, se convierte en libertad vacía porque la
libertad como un propósito individual, como un medio de salvaguardar el derecho
a vivir aislado, como un grito inconsciente de hacer lo que viene en gana, es
una libertad sin contenido humano. Nada se encuentra en ella, ni un gesto
amigo, ni una señal de ternura, ni una prueba de consideración humana, menos el
aviso de un sentimiento hondo como el amor. Puede existir la salvación
individual porque es un acto de enfrentamiento del ser ante sí mismo o ante un
ente superior, y la salvación individual no puede ser nunca la
insensibilización, el olvido de los demás o la inconsciencia solidaria, pues
comprende una rendición de cuentas sobre el grado de humanización.
Puede existir también
la independencia personal, es más debe existir si se quiere ser alguien y
adquirir calidad humana. Independizarse es el hecho indispensable para iniciar
la valorización de los actos ajenos y propios, para darle importancia a las
cosas. El que ha conseguido la libertad a fuerza de insensibilización, es un
verdadero autómata, el moderno robot de nuestra sociedad, el capitalista del “a mí qué me importa” como reacción ante
el acontecer humano divorciado del sujeto, la separación rotunda del yo ante el
legítimo derecho de los otros pronombres, sobre todo la ignorancia del
nosotros. Nos dice “a nosotros qué nos
importa “, salvo el caso en que un interés determinado de irresponsabilidad
y de egoísmo haya unido a un grupo.
Resulta que para
referirse el estado individual y a la resignación conformista, el hombre se
escuda en un sujeto colectivo. Pero, para apartarse de un hecho especial, usa
su propio nombre impregnado en el yo, que en todos los idiomas abarca la
propiedad de seres y cosas, de estados y reacciones, de gustos y repugnancias,
de rechazos y aceptaciones. El yo es el agente más poderoso del idioma, sólo
igualable de sí y al no como puertas de todos los pasos.
Es al yo al que no le
importa. Y la negación se expresa con la partícula “qué” en sentido de medida para indicar la mínima, la importancia
valorada bajo cero, similar a los termómetros, en que el cero empieza a tener
un valor más negativo y se inicia la medida de la negación. La exclamación del “qué” equivale a la palabrota que se
omite o que se sustituye en aras de la buena educación. El sinónimo en este
caso no oculta, sino que enfatiza, destaca que no hay importancia, no la puede
haber porque al sujeto no le importa. Desde ese punto de vista es una negación
de la realidad, pues se está ante un hecho que no se valora, no se le atribuye
importancia, casi no existe para el individuo. Es la expresión corriente del
conocimiento subjetivo, es el soy dentro de lo que quiero que sea. Alguien
podría opinar que el “qué” es
interrogativo sin respuesta, pues va implícita en la frase. No se debe perder
tiempo en tal digresión, en el fondo es lo mismo, la única diferencia es que el
camino de la interrogación es más largo para llegar al mismo resultado.
El “A mí qué me importa” enseña
indiferencia, insensibilidad, inconsciencia, deshumanización, irrealidad
caprichosa, mentira, irresponsabilidad, consuelo cobarde, carencia absoluta de
valor y de independencia. Nadie logra ser independiente por la puerta del
escape, nadie llega a independizarse con los ojos y los oídos cerrados. Ser
independiente exige lucha, enfrentamiento valiente con los problemas, victorias
sobre el egoísmo e integración verdadera con el reconocimiento humano. La
indiferencia es un peligroso camino hacia la esclavitud, es la dependencia
del a mí sí me importa la pequeñez, la concepción del ser como pasajero
agarrado a lo mezquino, la glotonería en el reparto de la usura social. La irrealidad caprichosa se demuestra
en el deseo iluso de pretender únicamente lo
aceptable desde el punto de vista de la comodidad de cada quien. Es el rechazo
de lo incómodo, ya sea revestido en forma de pregunta, de inquietud, de
pensamiento hondo, de preocupación social o personal, de conmoción íntima o de
conciencia de altura. El hombre se miente a sí mismo con la expresión de “a mi qué me importa” y la mentira puede
llegar a ser tan vital como la irresponsabilidad en que se ha sumido. La
irresponsabilidad en nuestra época es una de tantas drogas con que, al negar
nuestra realidad, también nos negamos a nosotros mismos. Se presenta como un epilogo el consuelo cobarde de la importancia, que
significa la carencia absoluta del valor necesario para vivir como ser humano
capaz de ser en la fuerte vibración de la humanidad.
En nuestro país, el “a mí qué me importa” refleja
visiblemente el individualismo anárquico del costarricense. Individualismo
porque tiene un profundo sentido de su conveniencia, no porque aspire a tener
calidad de individuo y como tal necesite fortalecer su yo pensante o su yo
persona. Está atento a sus intereses personales, a la comodidad estable de sus
aspiraciones: un buen empleo, salud, abundancia de dinero, seguridad personal y
familiar, libertad de movimiento sin responsabilidad y respeto a sus deseos de
propiedad. Este es el fiel retrato del individualismo burgués. Carece el país
de personalidades individualistas, casi se podría decir individuos. Nuestros
políticos buscan ser la balanza exacta del costarricense mediocre, al que los
hombres inteligentes y aventureros asustan, hasta los que piensan mucho
resultan incómodos. Sobresalen en las campañas como perfectos representantes
del individualismo masificado, son promesas de respeto a la indolencia frente a
la superación, al ocultamiento de los problemas difíciles, a la reverencia a
una tradición que se ha ido lavando y ha progresado en la pérdida de su
verdadero sentido, de su idealismo original. Este individualismo es anárquico
porque está configurado en cada costarricense, es una condición de su cerebro,
no coincide en cuanto a valores en dos personas, no puede sumarse ni generalizarse,
salvo en su común denominador: la tendencia a lo inerte ante de sacrificar un
solo movimiento por el bien común o sea la preferencia a no actuar si en ello
hay un mínimo peligro a la comodidad estable de cada uno.
El análisis de lo
anterior nos puede llevar a una verdad en parte muy dura, y es la de que el
costarricense no es individualista sino esencialmente egoísta. Nacido en un
ambiente con apariencia de medio fácil, y en el fondo tremendamente hostil para
formar con la austeridad necesaria a un verdadero individuo, el costarricense
se pierde alegremente frente a las posibilidades que tiene de realizarse. En
vez de pensar por sí mismo, copia; en vez de creer, miente y exige fe para sus
mentiras; en vez de ser, imita; en vez de opinar, repite; en vez de valorar,
exclama “a mí qué me importa”. El
individualista es un ser que ha medido su propia importancia, por eso es
individuo, tiene conciencia de su misión como ser humano y está influido por la
responsabilidad de su trascendencia. El egoísta es un tipo inmanente a él
mismo, pegado al valor rastrero de su alcance sólo puede dar importancia a lo
que es significado a su propia comodidad. Lo demás pertenece a lo de su incumbencia. Es hasta el
límite en que se empieza a incomodar.
Este negar importancia,
este rodearse de un mundo ignorado, de otro ser sin derecho, este envolverse en
la niebla para contar con la luz propia del capricho egoísta, enseña un sueño
del costarricense; la libertad ilimitada en cuanto a cada quien, y limita para
los demás, otorgada como una graciosa concesión a los otros mientras no
molesten y sigan agradeciendo la dádiva. El sueño de libertad del costarricense
es un sueño egoísta y es la señal del miedo profundo a vivir responsablemente.
Dentro de este sueño,
también esconde nuestro pueblo el miedo de encontrar su realidad. Prefiere
repetir Costa Rica es la Suiza de Centroamérica, a darse cuenta de los
problemas sociales que tiene el país. Prefiere comentar que su café es el mejor
del mundo, a concebir la realidad de un monocultivo sangrado como una bolsa de
agua agujereada por los miles de escapes hacia una vida artificial de lujos y
vanidades. Prefiere repetir que las mujeres son las más lindas del mundo, a
sentir un gesto de hombría y de caballerosidad. Prefiere la permanencia de una
ley ineficaz por el miedo terrible a lo nievo en el país, quiere que su patria
tenga una cara envejecida y un cuerpo achacoso porque prefiere amar al padre y negar al hijo o al nieto, su
pensamiento no llega nunca al bisnieto.
El “a mí qué me importa“, además de negar
la realidad, busca esquivar el tiempo. Lo que fue es un momento histórico y
no se revisa ni se analiza. Lo que será es una incógnita que no preocupa y
sobre la que no cabe presunción alguna. Y lo que es, es en cuanto a la realidad
de cada uno entre el hoy, el ayer y el mañana, algo por hacerse que no se hace,
dentro del cual el tiempo es una condición que no se puede aunar si se quiere a
la realidad, pero que no es completamente necesario porque hay un momento en
que el tiempo se viste de voluntad y otro de fatalismo. El costarricense no
vive el tiempo, tropieza con él. Lo olvida con frecuencia y cuando se lo
encuentra como un valladar imposible de vencer,
la mejor salida es desconocerlo, negarle su importancia, expresar el “a mí qué me importa”.
Pero, esa expresión
rebela la sensibilidad patológica del costarricense como resultado de su
irrealidad circunstancial y de su egoísmo vital. El costarricense con el “a mí qué me importa” demuestra su
contradictorio resentimiento social, pues por una parte ha tendido a olvidarse
de lo que no sea su propia comodidad y por otra exige consideración, respeto,
libertad, privacidad para sus actos, simpatía para sus problemas, afinidad con
sus inquietudes. Sensible como todo egoísta, sensible en la médula de sus
derechos, exclama resentido y amargado la no importancia que le duele y le
hiere. Su egoísmo se encuentra con los bordes de la realidad, que ha deseado
ignorar y dar por no existente, entonces sólo cabe la negación aun más
voluntaria, más evidente, más enfática. La negación obvia que trata de ocultar
la sensibilidad resentida. El “a mí qué
me importa” es el decir del sensible a lo propio, es el tono del hombre
consumido en su propio egoísmo, al que le corresponde exhibir la valentía de rehusar
las heridas. La expresión se convierte en las lágrimas que se esconden por el
temor de llorar como acto libre del dolor. Falta más que nunca la palabrota y
el costarricense no la omite porque sabe que la liberación plena es un incendio
voluntario de palabras. La ira, el resentimiento, el amargor se queman con
ellas, son combustible fácil de frases y frases.
El hombre generoso en
el ejercicio egoísta es el hombre más sensible a la contabilidad del
reconocimiento. Acostumbrado a negar lo real, afirma negativamente su
sensibilidad, oculta de nuevo su resentimiento por el camino fácil de expresar
su carencia de valor y de importancia, no quiere que nada trascienda por su
alma ya herida. Se parece al moribundo que se niega a morir de la enfermedad de
que padece y ambiciona otra, que contradecir en el último momento a la muerte.
Es como decir no padezco de susceptibilidad, no estoy herido porque no quiero estarlo,
por eso lo niego aun cuando sienta dolor y tenga los síntomas. La contradicción
vital es el arma que aniquila al aparentemente más fuerte y equilibrado de los
hombres. No es un secreto, no es un dilema existencial, es un escondite
consciente que se pretende hacer inconsciente, que enferma la voluntad y acaba
por aniquilar la condición sensible y humana de cada quien.
El costarricense es
receloso a considerarse a sí mismo sensible, cree que con eso se debilita,
pierde su hombría y se menoscaba. El “a
mi qué me importa”. Necesita negar para afirmarse, se siente libre e
independiente cuando niega, se ve a sí mismo más hombre cuando encierra en la
nada lo que le es extraño.
Hay una honda fuerza
negativa que debe dirigirse hacia propósitos humanos de superación y de altura,
que exige una nueva educación, seriedad en todos los campos, verdadera
responsabilidad social y un encuentro inmediato con valores e inquietudes, para
conmover ese ambiente de oasis alucinado en que pasan la vida los
costarricenses en espera de unas vacaciones eternas.
Confío en que, el
pensador a quien busca este tema exclame con un gesto abierto a mí sí me
importa.
De “Cinco temas en busca de un pensador”