lunes, 9 de enero de 2023

Análisis de la novela "El Perfume" Patrick Suskind

 

El Perfume

Sobre el autor

Patrick Suskind: Escritor y guionista. Nace el 26 de marzo de 1949 en Munsing, Alemania.

Obras importantes:

“Sobre el amor y la muerte”

“La historia del señor Sommer”

“La paloma”

“El contrabando”

Premios:

1-     German Script Award con la obra “Rossini (1996)

2-    Premio Mundial de fantasía a la mejor novela (1987) con la obra “El perfume”

Este autor se caracteriza por haber rechazado premios en varias ocasiones.Sobre el movimiento literario: Realismo Mágico

Sobre el movimiento literario Realismo Mágico

El Realismo Mágico invitas al lector a menospreciar lo real, a apreciar lo milagrosos y a despreciar lo histórico. Los detalles resultan narrados en un tono neutro y sin destacar lo mágico, no sea que el lector le preste demasiada atención. Se resalta la preocupación estilística y el interés de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común.

Características

1-     Realismo aparente, con fragmentos de una irrealidad.

2-    Integración natural de los elementos mágicos o fantásticos en la narración.

3-    Elementos sobrenaturales en la narración casi nunca explicados.

4-    Papel del narrador mostrando lo irreal como natural.

5-    Atmósfera intimista en relación con los personajes, con detalles “reveladores”.

Obras que representan al Realismo Mágico más conocidas

De Gabriel García Márquez: “Crónica de una muerte anunciada” y “Cien años de soledad”

De Laura Esquivel: “Como agua para chocolate”

De Alejo Carpentier: “El reino de este mundo” Y “El siglo de las luces”


Personajes

 Jean-Baptiste Grenouille: Nació el 17 de julio de 1738. Tuvo la mala fortuna de nacer entre las tripas del pescado, lugar donde trabajaba su madre. Lo enviaron a la central de expósitos y huérfanos de la Rue Saint-Antoine por no cumplir con el requisito de estar bautizado, la policía lo entregó a una institución religiosa llamada Convento Saint-Merri de la Rue Saint-Martin y ellos se encargaron de bautizarlo. Era un niño introvertido, le costó hablar y caminar. A los seis años ya conocía más de cien mil aromas específicos y los podía combinar para crear otros olores nuevos que no existían en el mundo real. Es comparado con un niño prodigio.

Los niños del convento lo querían asesinar porque le tenían miedo. No era alto, ni robusto, era feo, pero no espantaba, no era agresivo ni torpe, ni taimado, no provocaba nunca. Cada día se volvía más introvertido, no le tenía miedo a la oscuridad, parecía que podía ver a través de los objetos, de las puertas, podía decir cuántos niños estaban del otro lado de la puerta, podía ver el futuro y vaticinar la visita de alguien mucho antes de su llegada, podía predecir las tormentas.

Fue dócil, laborioso, muy modesto, contrajo el ántrax maligno, lo consideraron un animal doméstico.

El primero de setiembre de mil setecientos cincuenta y tres, percibe por primera vez un olor que le llegaba al corazón, sintió la excitación e impotencia, la fragancia lo hizo prisionero. Era el olor de la belleza pura. El olor de su primera víctima le brindó una felicidad que no conocía y se sintió nacer por primera vez, se creía un genio, su vida tenía sentido. Encontró la brújula de su vida futura, tenía que ser un creador de perfumes.

Los propósitos de Jean Baptiste eran obtener la capa de un burgués (oficial artesano) con este propósito podía conseguir entregarse a sus pasiones sin ser molestado. Su segundo propósito aprender a preparar, separar, aislar, concentrar las sustancias aromáticas.

Grenoville poseía la mejor nariz del mundo, tanto analítica como imaginativa, solo le faltaba la facultad de materializar los olores.

Destiló de todos los olores, pero fracasó y esto lo llevó a caer enfermo (viruela sifílica, Sarampión purulento). Su mayor deseo era expresar su interior y exteriorizar lo que llevaba dentro. Tenía dieciocho años cuando partió y se dio cuenta que la vida sin la humanidad era más soportable.

Una noche de agosto de 1756 llegó a la montaña de la soledad, no quería contacto con ningún humano. Su destino lo convirtió en un cautivo. Se había salvado del odio, encontró la felicidad cuando se sentía completamente solo. Encontró una cueva que llenaba sus expectativas. Se alimentó de todo lo que la naturaleza le deparaba. Se alejó del mundo para estar cerca de sí mismo.

Empezó a repasar todos los olores abominables, esto hizo que el odio brotara en él con violencia y con orgasmos. En el interior de Grenouille no había nada más que olores (purificación). El interior de Jean se irguió como un gigante y una vez disipado los malos olores del pasado quería inundarlo todo de fragancias.

Jean tuvo un cambio de personalidad (álter ego). El insignificante Grenouille cambia al gran Crenouille y se convierte en creador, dador de vida, puede cambiar la lluvia, sol, viento a su favor. Se le atribuye una doble tarea de vengador y creador.

Siete años en la caverna lo libera de la guerra en la cual murieron un millón de humanos. Su mayor peligro fue de morir congelado. Una catástrofe lo expulsó al mundo interior, ocurrió en un sueño en el interior de su fantasía. Descubrió que él no tenía olor. Salió de la cueva, el cabello largo hasta las rodillas, las barbas hasta el ombligo, sus uñas garras de aves, la piel de los brazos y piernas se desprendían a tiras.

Causó miedo y sensación al público. Lo confundieron con un galeote (reo) fugado, otros una especie de sátiro o mezcla de hombre y animal. Se expuso cinco días de cura mixta de descontaminación revitalización.

Descubre el aura, la clave enormemente complicada e intransferible del olor personal. Imita un aura humana. Se dio cuenta de que tenía que hacer un perfume sobrehumano que al ponérselo la gente lo amara. Hizo una serie de experimentos para atrapar el olor, lo que él llamaba el alma de las cosas y los animales. Fabricó perfumes personales para diferentes sentimientos como la agresividad, para ser deseado, para hacer sentir compasión, un aroma de inocencia… hacía olores para cuando necesitaba estar solo y que la gente sintiera repugnancia, para ahuyentar a cualquier intruso.

Descubrió que debía matar a los animales para extraer su aroma, primero arrebató el alma a un perro, luego empezó a seguir personas. Pegó paños de sebo en las tabernas y se dio cuenta de que el olor era muy vago, parecía más un aroma personal. El primer aroma individual lo obtuvo en el hospicio de la Charité con una sábana de un oficial de tesorero, este resucitó olfativamente. Le pagó a una mendiga muda para que llevara todo un día sobre la piel un harapo preparado con diversas mezclas de grasa y aceite. Sus verdaderas víctimas eran aquellas personas raras: extremadamente raras, que inspiran amor.

Se le considera asesino incorpóreo como un espíritu. Asesino de doncellas. En total veinticuatro frascos con el aura reducida a gotas. En La Napoule asesina a Laure su última victima y la más anhelada.

El 15 de abril de 1766 se falló la sentencia que consistía en atarlo durante cuarenta y ocho horas a una cruz de madera con la cara vuelta al cielo y le darían 12 golpes con una barra de hierro que le descoyuntaran las articulaciones.

El 25 de junio de 1767 entró en la ciudad por la Rue Saint-Jacques a las seis de la mañana. Lo que se comenta es que llegó un hombrecillo de la levita azul y destapó un frasco y se salpicó varias veces con el con tenido y una súbita belleza lo encendió como un fuego deslumbrante. Todos querían tocarlo, se abalanzaron sobre el ángel, le cayeron encima con puñales, hachas, machetes, le rasgaban las ropas, los cabellos, la piel, lo desplumaron. Lo devoraron. Media hora después Jean-Baptiste Grenouille desapareció de la faz de la tierra.

La madre: Contaba con veinticinco años. Era bonita, conservaba todos los dientes. Tenía algo de cabello. Padecía de las enfermedades de la época (gota, sífilis, tisis incipiente) Tuvo cinco partos, cuatro de sus hijos murieron entre las tripas y desperdicios del pescado. La condenaron a la pena de muerte porque la acusaron de infanticida. Fue decapitada en la Place de Gréve.

Jeanne Bussie: Es una de las nodrizas que cuidan de Jean, pero esta lo devuelve porque lo considera un demonio porque no tiene olor.

Madame Gaillard: Es la nodriza que termina de criar a Jean. No tenía olfato y carecía de emoción, de calor humano. Tenía un gran sentido del orden y de la justicia. Tenía el alma sellada. Se da cuenta de que Grenouille tiene cualidades que eran extraordinarias, sobrenaturales. Consideraba que Jean era vidente y esto le causó mucho miedo. Vende a Grenouille a un curtidor de cueros. Muere a los noventa años de un tumor en la garganta.

Terrier: Es el padre que ayuda y paga a las nodrizas para que amamanten a Jean y pueda sobrevivir. Cuando la nodriza Jeanne Bussie lo devuelve, hace que el cura sienta cierta superstición por Jean y corre a llevarlo hacia el otro extremo de la ciudad para deshacerse de él.

Giuseppe Baldini: Perfumista famoso que estaba quedando en la quiebra hasta que descubre los talentos de Grenouille y explota su talento durante varios años. Cuida de Grenouille durante su enfermedad y lo trata como a un hijo. Plagiaba los perfumes de Pélissier ya que él se estaba quedando sin olfato. El día que Jean se va de su taller, Giuseppe muere y todo su edificio se derrumba producto de una bomba. Las esencias caen al río y el aroma duró muchas semanas.

Pélissier: Perfumista famoso. Giuseppe le llamaba adulterador de vinagres. Tenía buen olfato y capacidad para hacer mezclas. Era el autor de “El amor y Psique” perfume que estaba de moda y lo consideraban como una melodía.

Grimal: Era un curtidor de cueros, Jean pudo percibir que era capaz de matar de un solo manazo a cualquiera que lo enojara. Compró a Grenouille y luego lo vendió a Giuseppe. El día que lo vendió corrió con la mala suerte de caer al río Quai des Ormes donde encontró la muerte.

Dominique Druot: Era el primer oficial del Taillado-Espinasgo. Le ayuda a Jean con la teoría del fluido letal terrestre. Se casa con la viuda Arnulfi. Fue acusado por causar la muerte a las doncellas y lo sentencian a muerte.

Viuda Arnulfi: Le brinda trabajo y un lugar donde vivir a Grenouille.

Antoine Richis:Es el segundo Cónsul. Vivía en una casa señorial al principio de la Rue Droite, poseía una gran fortuna. Era el padre de Laure. Veía a su hija de una forma muy lujuriosa. Adivina los propósitos del asesino y le quiere tender un ardid, pero no contaba con el talento de este y que no era fácil de engañar. El plan era casar a su hija para salvarle la vida. Es uno de los que perdonan a Jean producto del hechizo del olor que este le produce y se la lleva por varios días a su casa. Lo cuida como a su propia hija.

Laure: Tenía el cabello rojizo, los ojos de color verde y fue la joven que provocó en Grenouille todo un desborde de pasión. Lo vuelve loco hasta el punto que él la espera por dos años para que crezca y se desarrolle. La persigue por diferentes lugares hasta darle muerte. Es la última víctima de este asesino.

Espacios

Social: La obra se desarrolla en Francia en el siglo XVIII, lugar dividido por dos clases sociales muy prominentes que son la clase alta y la clase baja. Se denuncian los vicios y las enfermedades de esa época en toda la narración, entre ellos, encontramos el infanticidio, el canibalismo, la promiscuidad, el asesinato, el alcoholismo, el incesto, entre otros. Las enfermedades infecciosas como tisis, sífilis, viruela, ántrax, gota u otros.

La clase alta está constituida por los dueños de perfumerías, edificios que están en el centro de la ciudad, tienen sirvientes, que son tratados como esclavos. Son los que pueden ir al teatro, actividades propias de la clase, pueden comprar los servicios de un médico, tienen lujos, joyas, perfumes, vestidos, uso de pelucas y alimentación sobresaliente entre los que no lo pueden obtener. A esta sociedad pertenecen los personajes conocidos como: Giuseppe Baldini, Pélissier, Viuda Arnulfi, Antoine Richis, Laure, entre otros.

La clase social baja, en todo caso, paupérrima, pues las personas de esta casa no tienen ni un techo donde dormir y dependen de la caridad de las personas de la clase alta, además, no pueden costearse los alimentos diarios y menos la prevención de los males que atañen a esta época. Son tratados como animales, sin ningún derecho y castigados con la pena de muerte cuando los atrapan en algún acto delictivo.

Físico: En el siglo XVIII, en Francia, Paris, donde el hedor se convertía en algo infernal. Esta ciudad está invadida de los malos olores, lo podrido, estiércol, orina, excremento de ratas, sobresalen en los ríos y alcantarillas, los edificios son muy viejos, hay muchos seres humanos que son mendigos y huelen a humedad, sudor, a rancio, leche agria… Apestaba todo tipo de ser humano, campesino, clérigo, artesano, la nobleza entera. Se consideraba una de las ciudades más pestilentes de todo el reino.

Ético: este espacio está invadido por los antivalores como, esclavitud, asesinatos, infanticidio (“Y como esta confiesa sin ambages que lo habría dejado morir, como por otra parte ya hiciera con los otros cuatro, la procesan, la condenan por infanticidio múltiple”). Canibalismo (“… el ángel quedó partido en treinta pedazos y cada miembro de la chusma se apoderó de un trozo, se apartó, e impulsado por una avidez voluptuosa, lo devoró”.). Incesto (“… era su hija, que acababa de cumplir dieciséis años y tenía cabellos de un color rojizo oscuro y ojos verdes. Su rostro era tan encantador que las visitas de cualquier edad y sexo se quedaban inmóviles y no podían apartar de ella la mirada, acariciando su cara con los ojos como si lamieran un helado con la lengua y adoptando mientras lo hacían la típica expresión de admiración embobada… “y a través del velo de su camisón se adivinaban las formas de caderas y pechos y del hueco del hombro, codo y axilas mórbida, donde apoyaba el rostro, emanando un aliento cálido y tranquilo… sentía un malestar en el estómago y un nudo en la garganta y tragaba saliva…  maldecía el hecho de ser el padre y no un extraño” …). Promiscuidad (“… por el campo de carne lascivamente, se sacaban los pantalones con los dedos temblorosos los miembros rígidos como una helada invisible, caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en las posiciones y con las parejas más inverosímiles, ancianos con doncellas, jornalero con esposa de abogado, aprendiz con monja, jesuita con masona, todos revueltos y tal como venían”.)

Religioso: En este espacio predomina la religión católica ya que menciona ciertos ritos propios de ella, entre ellos se menciona la crucifixión, el bautismo, los rezos en la iglesia cuando estaban muy asustados, creían en la Virgen y para todo se referían a Dios.

Existían otros grupos ocultos que practicaban la brujería, hechicería y celebraban misas negras, además eran supersticiosos y creían en lo sobrenatural.

De la misma manera, la clase social alta burguesa y la noble educada optaron por utilizar métodos más modernos como el científico, imantaron casas, hipnotizaron a sus hijas, exorcizaron telepáticamente el espíritu del asesino.

Psicológico: este espacio está lleno de diferentes sentimientos como el miedo, terror, el dolor, la incertidumbre, el odio, la impotencia, la frustración, que llevan a un ser humano a enajenarse y a cometer crímenes para lograr obtener un sueño, un capricho.  

Tiempo

La obra se desarrolla dentro de un tiempo cronológico y es de estructura lineal, ya que, inicia con el nacimiento de Jean y finaliza muchos años después con su muerte. Sin embargo, este tiempo cronológico se vive desde un tiempo psicológico porque siempre están presentes los propósitos del personaje principal y de los secundarios.

Ejemplos:

Cronológico: “Fue aquí… donde nació el 17 de julio de 1738 Jean-Baptiste Grenouille” / “A los seis años ya había captado por completo su entorno mediante el olfato” “cruzó el Loira en Sully. Un día después ya tenía el aroma de Paris en la nariz. El 25 de junio de 1767 entró en la ciudad por la Rue Saint-Jacques a las seis de la mañana”.

Psicológico: “yo solo sé una cosa: que este niño me horroriza porque no huele como deben oler los lactantes” / “Les molestaba su presencia, simplemente. No podían percibir su olor. Le tenían miedo” /Por primera vez no era su carácter ávido el que se veía contrariado, sino su corazón el que sufría”.

Estilos discursivos: El narrador utiliza el estilo discursivo directo para contar la historia. El estilo discursivo directo, ejemplos: “—¿qué dices? —gritó Baldini, alzando bastante la voz…” / —todos los olores que se necesitan están aquí, todos aquí, en esta habitación —dijo, señalando hacia la oscuridad— / —¡ya sé que están aquí! —rugió Baldini—

 

www.lectulandia.com

 

(www.lectulandia.com)

 


martes, 3 de enero de 2023

La Serrucha, poesía y microrrelatos

 

Fragmentos

La Serrucha

 

Quisiera ser poeta

para encantarte con mis versos

y llevarte al sueño que me desvela desde lejos.

Quisiera ser el verso

que con sus metáforas rebuscadas dan

Confort a tu amor incierto.

Alimentar tu alma a través de las palabras 

que más atinen tu ego 

y llevarte desde la tierra al cielo

y mostrarte el arcoíris 

y el algodón de las nubes

para que puedas confesar que son puro fuego.

Quisiera ser ese verso

que te llene de ternura 

quieras contagiarte de mi amor

a la luz de la luna.

Quisiera ser la poesía

para provocar en ti

una eyaculación del alma a través de los versos.

Quisiera ser los fragmentos que componen tu vida: amor, dolor y sufrimiento 

poner fin a tu agonía que también embargan mi aliento.

Pero no soy poeta,

no soy verso,

No soy poesía,

No soy universo

No soy armonía...

No…, no…, no…

Soy solo esta alma sufrida

que encuentra consuelo en los versos.

 



Lirio

                                                                       La serrucha                                                                          

                                                                                        A ti,

                                                                       pedacito mío -1991-

                                                                                    

 

Hoy brotan impactantes, explosión de amor.

Estallido de polen, orgasmo de hombre, ardor de útero.

¡Hoy florece la vida!

Eres candor del alma, eres rocío de estrellas.

Eres mi arco iris, mi olor a manzana rosa, mi ensueño de luz.

Hoy, al romper tu capullo,

mis ojos gritan al cielo - ¡eres tú!, ¡eres tú! -

Hoy, con tu esplendor, que acaricia mis sueños, el olor ve tu rostro

 y surcan las barreras antes impuestas

y emergen poderosos y desgarran insultantes,

aguerridos, espadas contra espadas, los sollozos en tu voz.

Y así, mi complacido oído

hace germinar mis lágrimas

que han quedado atrapadas, envenenadas, urdiendo y royendo,

mi desdichado espíritu

y remueven, mortuorios sentimientos,

que me llevan al recuerdo de tu mortaja, esa…,

esa que te arrancó de mí. Esa…  esa que te guarda.

¡Qué siempre florezcan los lirios!

¡Qué nunca falten en tu lápida!





Remembranza

La Serrucha

 

Querida Kate, Recuerdo momentos

que te hicieron suplicar los lamentos

y flagelaron heridas tapadas

por curtidas vendas y linimentos.

 

Confundían los gritos de ambulancia

Con llanto de la que te dio lactancia.

Que no duela ni que se quemen lágrimas

en almas de mujeres ni matronas.

 

Encontraste el desamor en tu lecho

a cambio de tu virginidad pura

en noche de violación y tortura

 

y trozaste tus muñecas sin piedad

dejando llanto de una madre dura

Y la premura de unos niños huérfanos.

 

 


BRINDIS

La Serrucha

 

Brindo por la custodiada noche de mi secreto.

Brindo por el preludio de la mañana que augura un nuevo día.

Brindo por esa caricia que me envuelve a través de tus sonidos

Y me transportan a mundos lejanos

donde conocí los efectos del placer.

¡Salud! Por las noches en vela.

¡Salud! por los merecidos llantos.

¡Salud! por las locas y desenfrenadas caricias.

¡Salud! Por el olor de tu piel.

¡Salud! por esta necesidad de ti,

por no encontrar otro consuelo y por la codicia de huir.

¡En hora buena! Por el roble que plantaste,

por los lirios que prosperan cada invierno

 y me llenan de recuerdos que lisonjean

y avivan y dan aliento, a este pececito,

que hace quebrar mi voluntad.

Brindo, brindo y no dejo de brindar

por el goce de haberte conocido.


El microrrelato



Atrapado

La Serrucha

 

Las vendas que revisten las laceraciones de tus muñecas, me advierten que, la sertralina, el aripiprazol y el clonazepan han fallado otra vez.

Tu mirada perdida, bañada por vergüenza y fracaso, trata de esconder los gemidos atropellados en tu cuello, la mole de cemento aplastando tu dignidad, el semen mezclado con sangre, que aún están apresados en ti como los surcos que aran la tierra.


La Serrucha, cuentos y relatos

 


Doble filo, mi historia

La Serrucha

 

Han pasado, diez años, desde que se dio el suceso que me llevó al fondo de un pozo que nadie utilizó, después del crimen. La casa cambió de dueños y limpiando el pozo me han dado una nueva luz, una nueva familia. Estos diez años me han servido para reflexionar y recordar todo lo sucedido. Al principio, me sentía culpable, pero este encierro, me ha hecho concienciar que yo solo fui utilizado para el beneficio de ambos amos.

Recuerdo cuando me llevó a su casa. Lo impacté con mi hoja de doble filo. Por un lado, liza y filosa, por otro, una sierra que finaliza en un gancho como un destapador de botellas. La cacha tenía gravado tú y yo en color dorado. En el mango puedo guardar fósforos o artículos pequeños como aguja e hilo, además, tengo una brújula que viene en la tapa. Mi apariencia era muy peligrosa y por ello, no me dejaban mucho tiempo fuera de la cubierta. El lugar para guardarme era bajo la almohada de él. Él era muy explosivo y celoso, a veces me aterraba ver como la trataba. Ella, muy sumisa y cobarde. La noche que ocurrió todo, no es invento mío, lo que les voy a contar sucedió y aterró a todo un pueblo.

Escuché, durante muchas noches, cómo la agredía, cuando él entraba a la casa completamente perdido y gritando improperios. Siempre traía impregnado el mismo olor, recuerdo cómo se me revolcaba todo por el asco. El aliento olía a mierda mezclada con alcohol y rata muerta. Escuché como le gritaba a ella. Le decía: — ¡eres una perra, una puta, una zorra! Y ella no le respondía, sabía que si le rezongaba le iba peor. Estaba descontrolado. Se acostó en la cama y la llamó para que se echara a su lado. Oí cuando ella le decía: —no quiero, por favor, hoy no! Fue cuando él me sacó de debajo de la almohada y empezó a moverme de manera que yo chocara contra la cubierta. Yo emitía un sonido que ella reconoció de inmediato. No era la primera vez que la amenazaba y la obligaba a tener perversas relaciones sexuales. Esta vez, ella sacó valor de no sé dónde y le refunfuñó le dijo que ya no aguantaba más, que si la golpeaba llamaría la policía. Estas palabras detonaron la furia de él, su mirada se volvió de fiera y se le hincharon los brazos.  Vi como él se levantó y con los zapatos puestos, que eran de un amarillo caterpilar y una suela alta, le lanzó una patada con todas sus fuerzas, que la arrojó al suelo. La pierna le ardía, le quemaba como el fuego. Luego, tomó impulso y se abalanzó sobre ella, se le sentó en el estómago y le apretó el cuello hasta que ella perdió la conciencia.

A la mañana siguiente, vi como ella observaba en el espejo que tenía una herida en el cuello como si le hubiera caído agua hirviendo, estaba abierta y le supuraba una especie de sanguaza. Luego, recorrió los dedos por la pierna y vi cómo le había quedado marcada la suela talla cuarenta y cuatro en toda su pierna. Ella se acercó al espejo y noté que no se reconocía a sí misma, ya que, tenía el labio partido y muy hinchado, además, un ojo completamente cerrado y el pómulo reventado. Divisé que ella se sentía desilusionada y eso me generó una gran impotencia.  Yo me sentía como un ser despreciable porque no la podía ayudar, por lo contrario, yo significaba su mayor terror.  Recuerdo como él, me volvió a colocar bajo la almohada y me dejó guardado todo el día. Por la noche, todo había vuelto a la calma. Él pedía perdón y ella se hacía de rogar. Bajo la almohada podía escuchar todo lo que sucedía fuera del cuarto. Desde el cuarto, escuché las noticias, oí que una mujer llamada Lorena Bobbitt, le había cortado el miembro a su esposo por celos y lo había arrojado al basurero cercano de su vecindario, se le declaraba inocente, porque según exponía el juez, lo hizo bajo la perturbación mental y llena de ira. Recuerdo que esta noticia fue entre el veintiuno de enero de mil novecientos noventa y cuatro, o bien, podría ser por esos días. Tal vez, considero, que esta noticia fue el detonante que movió las entrañas y disparó la adrenalina, para que ella reaccionara de la forma que les voy a contar.

Me encuentro completamente confundido, se supone que me crearon para ayudar a sobrevivir a mi dueño. Soy un cuchillo de supervivencia, mi modelo fue inspirado para ayudar a los pilotos, los cazadores, soldados y hoy, aquí bajo la almohada me siento inútil porque no puedo ayudarla. Cómo ayudarla si desde niña solo ha recibido maltrato hasta el punto de creer que es algo normal. Una vez, la escuché mientras hablaba por teléfono con una amiga y le contaba que cuando ella estaba en el kínder, su madre la mandó a comprar el pan, pero cuando ella se enteró de la hora que era, se devolvió preocupada porque no quería llegar tarde a clase y llegó sin el pan, entonces, su madre le pegó con una faja que tenía la punta de metal y esta se metió en su pierna hasta sacarle un tapón de carne. Escuché que así, sin ningún sentimiento, la madre la envió al kínder y tuvo que apañárselas con la niña para no delatarla. Esa historia me conmovió mucho porque estamos hablando de una niña de cinco años.

 

Hoy, él amaneció de buenas, me ha sacado del cuarto y me ha puesto en la mesa del comedor. Por fin estoy frente a frente con ella. Su mirada me transmite mucho dolor, siento un desconsuelo al ver las heridas que le quedaron del anterior encuentro. Sus ojos color avellana están inmersos en un pozo sin agua. Estamos cara a cara, él me puso en dirección hacia ella, como una flecha apuntando a la presa. Ella me observa con terror. Estoy contemplándola y tratando de escanear su imagen. Es delgada, no es fea, pero muy desaliñada, parece que no se ha dado un baño hace mucho tiempo. Recorro la vista por su cuerpo y de repente me detengo en sus manos. Esta imagen me poner en alerta. Veo que las muñecas están cubiertas por un vendaje. Las vendas se ven sucias, como manchadas con sangre seca. Ella las acaricia. Se ve apenada y el rostro se le enrojece. Parece que está pensando o planeando algo. Él la observa mientras come como cerdo, aspira la sopa y mastica con la boca abierta, hace más ruidos que el ganado rumiando. En la televisión están pasando por sétima vez la película de Rambo, dicho sea de paso de ahí salió mi nombre, soy el puñal de Rambo. Se pone los zapatos y me toma en sus manos, creo que ese día me llevó a la cantina, no estoy muy seguro, pero algunos días me llevaba para presumirme entre todos los clientes de “La puerta del sol”. Aquí era donde se emborrachaba hasta caer en estado de inconciencia. Cuando algún vecino se apiadaba de él, lo llevaba hasta su casa, si no topaba con suerte, quedaba desparramado sobre la acera.

La noche que él no llegaba a su casa, ella la pasaba peor, porque vivían alejados del pueblo entre una montaña. Los sonidos de los coyotes, de las lechuzas y cualquier otro animal nocturno la exaltaban y la hacían aterrarse de miedo, hasta el punto que no podía ir sola al baño y se hacía en una alfombra que está a los pies de la cama. Yo creía que ella se asustaba cuando él llegaba borracho, pero al encontrarse sola, en ese lugar tan vulnerable, la ponía a morir. Fueron muchas las noches que escuchaba su respiración alterada y al punto de un colapso. Me gustaría decir que para mí era más alentador que él no llegara a casa, pero ella no lo creía así.  La última noche que compartí con ella, me tuvo entre sus manitas, que eran muy tiernas, blancas transparentosas, se le veían las venas de color azul, muy suaves y débiles. Sentí cómo fue sacándome del cobertor con mucho cuidado, las manos le temblaban y recuerdo que el cuerpo también. Todo concordó con la repetición de la noticia, que, por cierto, se había hecho muy famosa, de la mujer que le había cortado el pene a su esposo y que lo había arrojado en el vecindario. Observé que a ella los ojos se le habían llenado de luz, esa luz incandescente, no me lo van a creer, pero toda ella brillaba, el cabello, la piel, los dientes, parecía un espectro. El semblante le dio un giro, yo no la reconocía, por fin, vi la imagen de una mujer decidida, con determinación, muy segura de sí misma, creo que le pude insuflar todo mi valor, mi coraje y poder. La escuché decir: —Dios no puede permitir que yo muera en manos de un cobarde. Y luego me guardó bajo su almohada.

La noche que pone fin a esta historia, él llegó muy tomado. Olía a mujer de cantina, traía pintura de labios por toda parte del cuerpo. Eso no era ningún motivo de celos para ella, prefería que desahogara sus instintos sexuales depravados, en brazos de otra y que a ella la dejara en paz. Cayó sobre la cama como un saco de papas, traía la bragueta abierta, se había mojado la jareta con orines. Expelía un olor nauseabundo, como siempre. Vi cómo a ella se le vino una arcada, pero no puedo afirmar que fuera por el olor, sino, por lo que le estaba pasando por su mente. Yo intuía qué era lo que iba a suceder y esperaba que ella no se echara hacia atrás. Entonces, cuando comprobó que él estaba completamente dormido, indiscutiblemente, incapaz de atacarla, me sacó de debajo de su almohada, me miró con admiración, pude ver que sus ojos no eran los de siempre, juro que el color había cambiado por completo, se había quitado el vendaje de las muñecas, expuso sus heridas ante mí, pude ver cuanto daño se hacía, cuanto dolor expresado en esas heridas, cuanto sufrimiento. Observé, como contemplaba cada una de las cicatrices y nuevas heridas, eran muchas y muy recurrentes. Quedé impactado, ahora era yo, un cuchillo de Rambo, el que se sentía impotente ante tal escena. Fue en ese momento, en el que me distraje, viendo sus heridas, que ella me tomó por el puño con sus dos manos y me hundía y me sacaba, me hundía y me sacaba, conté veinticuatro veces, dentro del cuerpo de él. No supe más hasta que un día recuperé el conocimiento y me encontré en una especie de pozo. Hoy se cumplen diez años del crimen y aún me están buscando, eso creo.




Chepita

La Serrucha

 

                                                                                                    A Josefa Serrano

 

El olor a salitre se colaba por las rendijas. La casa era un cuartito con un espacio pequeño para la cocina. Toda ella fabricada con pedazos de madera recogida de la playa.

Los sollozos de Chepita se confundían con el sonido del mar. Las olas embravecidas azotaban la orilla y reventaban en el patio de la casa. Otro día y una nueva paliza. Él la tenía asida del moño y le halaba con dureza mientras le doblaba la cabeza con movimientos bruscos y circulares, entre dientes le decía:  —cuidadito con hacer algo torcido porque te mato—. Nunca le dio un motivo, pero a él no le importó.

La dejaba encerrada con cadenas en la puerta y un candado. La única ventana estaba clavada por fuera. El cuartucho solo tenía una puerta y una ventana. Barría todo el rededor de la casita por fuera para que no quedara huellas y así cerciorarse de que nadie la visitara en su ausencia.

Me encontré con Chepita cuando ella tenía 65 años. Mujer de palabras muy sabias. Cocinaba y lavaba la ropa con el pie derecho apoyado sobre el izquierdo, así no se lastimaba.

Se entretenía escuchando radionovelas, ese día transmitían “La isla de los hombres solos”. Los vecinos de la playa encontraron un cuerpo picoteado por los pájaros y algún animal marino. Era un presidiario que se había escapado de la isla de San Lucas.

Chepita lio un cigarrillo, que luego por costumbre, se lo pegó en el labio inferior y se dio a la tarea de zurcir una blusa. Tenía la costumbre de hacer su propia ropa y la cosía con solo aguja e hilo.

Se me ocurrió preguntarle: Chepita, —¿por qué usted no se volvió a casar o tener un compañero, después de quedar viuda? —

Chepa paró su labor de costura y mirando enajenada hacia el suelo, muy consternada y pronunciando bisbiseos, me respondió: —porque solo tenemos una vida y si tuve la oportunidad de recuperarla, ¡juré, no volver a tirar las perlas a los cerdos! —

Luego le señalé la pierna derecha y le pregunté:  — ¡Miraaá!, Chepita, ¿desde cuándo tiene usted esa úlcera?

Ella, examinando la pierna y acariciándola me respondió:  —pues, vieras que esta llaga me ha acompañado desde el día que enterré a aquel hombre. ese jueves, por la noche, me dio un sarpullido y después se me hizo como una espinilla, que se explotó y quedó un hueco. Con el correr del tiempo se fue haciendo más grande y más grande y cada día lloraba y lloraba mientras se comía la piel y cogía este color caimito hasta devorarse todo el ratón.

Chepa me siguió contando, como ida, que el día que llegó la policía a notificar que su esposo cayó muerto en el trabajo, sintió un torbellino que salía desde el útero y fue subiendo hasta las entrañas y se quedó atorado en la garganta, entonces, ella, elevó los brazos al cielo en señal de reconocimiento y parsimoniosamente las palabras que salían atropelladas expresaban: — ¡Gracias…!, ¡Dios!, ¡Gracias…!, ¡Gracias…!

 

 

 Memorias de una doble vida

                                                                                               La Serrucha

 

Mi nombre es Sony, bueno, ese es mi apodo comercial. Nací el diecisiete de agosto de mil novecientos sesenta. Me tocó nacer en la clínica de San Rafael del barrio del Carmen en Puntarenas. Soy la hermana mayor, entre cinco mujeres más. La historia de mi vida inicia cuando yo tenía doce años. Tal vez, hay lectores que no me creerían lo que les voy a contar, pero, a pesar de ser tan duro y doloroso, les juro que es real. Todo inició cuando mi madre me llevó al negocio que ella tenía. Esto es alrededor de los años 70, para ser más precisos, el 28 de julio de 1971. Vivíamos en Puntarenas, lugar de arena, mar y sol, hasta ese entonces, fue mi paraíso. Mamá me tomó de la mano y me dijo —Sonya, es hora de que colabores y me ayudes en mi trabajo. Yo no sabía a qué se refería, pero le dije que me encantaría. Ese día, lo recuerdo como si fuera ayer, cuando íbamos de camino, la gente del Cocal de Puntarenas estaba muy alarmada, porque habían encontrado un hombre ahogado. Recuerdo que fuimos a ver y me encontré con un cuerpo muy negro y picado por los animales marinos y aves de rapiña. Los comentarios eran que se había escapado de la cárcel que se encontraba en la isla de San Lucas. Esta cárcel fue un infierno para todos los convictos de Costa Rica. La cárcel se ubicaba a escasos ocho kilómetros de la provincia de Puntarenas. Estamos hablando de una isla rodeada por corrientes muy peligrosas y que además cumplía ciertas características que compartía con la isla del Diablo, que también era el sitio predilecto para construir una cárcel.

 Los porteños estaban muy asustados porque decían que había dos presos más, que estos, sí lograron salir con vida. Ese hecho tan lamentable me salvó, por ese día, de los propósitos oscuros que tenía planeados mi madre para mi destino.

El día de mi perdición, inició a las nueve de la noche. Mi madre me dijo que me bañara y me dio una ropa muy extraña. Yo no sabía cómo se utilizaba, ella, le indicó a otra de sus trabajadoras que me ayudara. Luego pintaron mis labios de color carmín, hasta ese momento, no sabía que ese color tan rojo, se llamara así. Luego me llevaron a un segundo piso y me encerraron en un cuarto oscuro, pero se detectaban unos destellos de unas luces de color rojo. No quiero jugar de valiente, pero hasta ese momento, no tenía miedo, pues yo confiaba en mi madre. El terror que experimenté ese día, rompió todos los miedos conocidos a esta edad. Entró al cuarto un hombre muy gordo, alto y peludo. Yo vi una especie de oso, como el de las fábulas que me encantaba, pero aquí no me agradaba tanto. Empecé a gritar y a llamar a mi madre, pero no recibí ninguna respuesta. Este hombre, que olía asqueroso, les juro que ese olor nunca lo he podido olvidar, me ha quedado grabado en la memoria, era una especie de mezcla entre sudor con alcohol, aliento putrefacto y otros que después fui reconociendo entre mis clientes. El horror, el terror me acarició el cuerpo y empecé a temblar. El nauseabundo hombre hacía unos chasquidos con la lengua que me provocaban vómitos.  Me decía entre susurros, —tranquila, vamos a disfrutar los dos. Si no te resistes te va mejor, de lo contrario tendré que golpearte. Me jaló de la mano y me atrajo hacia él. Las lágrimas salían solas, los gritos cada vez eran más silenciosos, los sollozos me cortaban la respiración, solo recuerdo que un ardor entre las piernas me despertó y me encontré con mi ropa rasgada, con el labio partido y un ojo completamente cerrado. Una de las ayudantes de mi madre vino a auxiliarme y me llevó a otro cuarto para curarme. La Paloma, como la llamaban, entre siseos me decía que la próxima vez sería menos doloroso. Uno de sus consejos, que, hasta el día de hoy, no he dejado de aplicar es —Sony, nunca beses a un cliente en los labios. Yo le pregunté por qué y ella dijo —esa es la perdición de las putas. ¡Putas!, ¡putas!, ¡putas! eso era una mala palabra, yo lo había aprendido en la escuela.

Fueron muchos los años en este oficio. Algunas quejas de los clientes eran que sus esposas no sabían satisfacerlos o que eran unas santurronas, entre otros que ya he olvidado. Así se fue pasando mi vida entre insultos, caricias que mi piel repele, regalitos, golpes con mucha frecuencia, mordiscos y otro tipo de agresiones que, por el momento, no me atrevo a revelar. Salía de un cuarto y caía en otro. Mi madre decía que el negocio estaba saliendo a flote, que el gusto y deseo de algunos clientes, por las niñas, era una minita de oro y fue así como fueron llegando más chiquillas lloronas que había que entrenar para que los clientes no se enfadaran. 

 Se trabajaba por las noches y debíamos dormir por el día, sin embargo, por las tardes visitaba a una amiga que vivía en la playa y le contaba las historias que me sucedían, por la noche, con los clientes. Esa visita a doña Chepita, me llenaba de valor para seguir cumpliendo los deseos de mi madre. Recuerdo que en la época de mil novecientos setenta y uno, aprendí a tomarle el gusto a las radionovelas. Con Chepita escuchaba la novela “La isla de los hombres solos” del escritor José León Sánchez Alvarado, quien se hizo famoso, porque escribió la novela estando preso en la cárcel de San Lucas, por haber cometido un acto sacrílego, que fue el de robarse la Virgen de los Ángeles conocida como La Negrita. Este crimen le adjudicó, a José León, el apodo de “El Monstruo de la Basílica”.

Mi mayor deseo, querido lector, es contarte que yo encontré el verdadero amor durante estas visitas a la playa. Él se llamaba Antonio Obando Chan, tenía quince años y estudiaba en el Liceo Martí. Viví con él los mejores momentos de mi vida, pero como todo lo que me ha sucedido, hasta mis sesenta y tantos años, este amor se cubrió por una tragedia. Mi novio viajaba en el bus se precipitó en las aguas del estero, aproximadamente dos kilómetros hacia el oeste del cementerio de Chacarita. Este accidente se considera el más trágico que ha vivido este país, en los periódicos se le conoce como el accidente de La Angostura. Me contaron que Antonio salió con vida y al ver que otros no salían, él trató de rescatar a unos niños y por último quedó atrapado y se ahogó. Ese día me di cuenta que había quedado embarazada de mi hija mayor.

Después de luchar y conservar a mi niña, tuve tres hijos más y mi vida se dividió en dos destinos. Por las mañanas, era la ejemplar ama de casa y por las noches, simplemente Sonny, la famosa Sonny que frecuentaban muchos clientes, entre ellos, vecinos y conocidos del colegio de mis hijos. Fueron muchos los tormentos, humillaciones, vejaciones, ofensas y desprecios los que me dieron fortaleza y determinación para cortar la cadena de prostitución que arrastraba mi familia, por mis hijas he luchado hasta el cansancio, para que ellas no cayeran en las garras del oficio más antiguo de la tierra. Hoy cumplo sesenta y dos años y me encuentro rodeada por mis nietos. Valió la pena conocer un pedacito del infierno.

 



Malas decisiones

La Serrucha

 

 

Estabas, sentada frente al computador, buscando una dirección idónea para tu plan. La clínica clandestina, tenía que estar en un lugar poco transitado y lejos de la ciudad donde vives. Todo tiene que ser muy discreto, no puede quedar huella ni rastro de lo que estás por hacer. La decisión la tomaste hace cinco días, no hay tiempo que perder, de lo contrario. todo empeorará y te descubrirán. -De hoy no puedo pasar, te repetías entre palabras cortadas y llenas de desilusión. ¿Te avergonzaba?, sí, pero era más fuerte el dolor que provocaba defraudar a tus padres.

Esperaste que todos se durmieran. Cuando viste que la última habitación quedó en tinieblas, tomaste el tiempo y quince minutos después saliste de tu cuarto. Los truenos y relámpagos te recibieron en la puerta y te persiguieron por todo el camino. La noche estaba muy oscura y te pronosticó un desenlace irremediable. El temblor de tus piernas te impedía avanzar. El cuerpo te temblaba sin mayor consideración. ¿Estuviste nerviosa en otro tiempo?, sí, pero nunca igual a esta emoción, creíste que desfallecerías en el intento. Fueron muchas las noches, que sacrificaste el sueño, para planear este momento, todo iba a salir bien, no tenías ni un cómplice, lo ideaste sola y sin involucrar a nadie, ni siguiera a Mary, tu mejor amiga.

Él, él menos que nadie debía enterarse. Te dejaste hechizar por sus besos y sus labiosas palabras. Caíste en la tentación, olvidándote de todos los consejos y las clases de catecismo. Él, él no es de compromisos, te lo advirtió, pero bajo el letargo del amor no se piensa en eso, solo importa vivir el encuentro con un hombre mayor, el mañana, el mañana podía no llegar. Él, él es otra historia, él es tu pasado, él es un capítulo cerrado. Él, él no es ya parte de tu vida.

Caminaste de prisa, no conseguías tranquilizarte, estabas aterrada, te castañeaban los dientes, el estómago parecía tener vida propia, daba saltos sin control. Cuando entraste al barrio, que ubicaste por el GPS, el olor a formalina y alcohol te recibieron. Un tufillo a herrumbre mezclado con suciedad te sacó una arcada. Recuerdas que parecía una madriguera muy oscura, todo era tenebroso, muy precario, no se parecía en nada a una clínica. Estabas a la expectativa de que nadie te reconociera, te preocupaba más que le contaran lo que ibas a hacer a tus padres que tu propia existencia. Entre sombras, lamentos y llantos encontraste a otras mujeres en la misma situación. Era más barato que en otros sitios, pero te aseguraron la mayor discreción. Entregaste la suma acordada. Era menos de lo que tus padres te daban para el colegio. Menos de una mesada. El dinero no es el problema, sino el miedo que sentías por provocar el deshonor y la vergüenza a tus padres.

Te pidieron que te quitaras la ropa y luego introdujeron un trapo sucio en tu boca. Examinaron tu zona del útero y cuando te invistieron, con una especie de bolillo, como con el que se toca el tambor, gritaste de dolor y perdiste el conocimiento. El ardor en la cara te despertó y alguien te dijo “levántate, no quiero problemas”. Bruscamente te ayudó a incorporarte y el dolor de las entrañas te sacó un lamento. No podías caminar. La mujer te regañaba y te decía que te fueras lejos de ahí o enviaría a sus hombres para matarte.

Saliste muy adolorida, caminado poquito a poco sosteniéndote el vientre, notaste que un chorrito de sangre acariciaba tus piernas. Ahora si estabas en verdaderos problemas. El dolor se tornó desgarrador y te sentaste a esperar que pasara. La debilidad te causó sueño y te entregaste entre fiebres y tormentos al descanso. El olor a sangre acarició las fosas nasales de las ratas y te cayeron como un aguacero cerrado. No tuviste oportunidad de defenderte.

Entre gritos locos de desesperación, entre agónicos gemidos, entre dolores y ardores expresabas que te las quitaran, pero no había ninguna persona que escuchara tu auxilio. Creíste que lo que te pasaba era un castigo por lo malo y vergonzoso que habías hecho. Pensaste que lo tenías bien merecido por no cumplir con el mandamiento “No matarás”

Desvariabas recordando los capítulos de la última obra leída, sí, creías que habías llegado al Purgatorio, o Infierno de Dante Alighieri. Los deseos de tus padres, de verte vestida de blanco en el altar, se iban escurriendo, como el torrente de sangre que corría por tus piernas y al igual de roídos, como tus pantalones y muslos, así quedaron, los sueños de un matrimonio consagrado por la iglesia. Te fuiste con la anestesia que produjo el amanecer y entre auroras de mañanas y soles de vida se te apagó el alma.

 

 El Legado

La Serrucha

 

 

Manú contaba con ochenta y nueve otoños, sin embargo, esto no era un motivo para dejar su producción literaria. Era una gran escritora de historias románticas. Aferrada a la máquina daba golpes sin cesar. Cada tecla, era música, que le alimentaba el alma. Las letras salían y se convertían en palabras, luego en frases y de ahí en párrafos que daban las mejores aventuras, tramas y acabados a sus historias. Cada son era un compás y este resonaba en su corazón. ¡Picoteo!, picoteo!, ¡picoteo…! Esta vez, la historia no era ficticia, esta vez, relataba una historia de ella y de él. Los fantasmas se liberaban como saliendo de la caja de pandora. Su habitación se tornó gris, helada, el frío era como de panteón. Todo era humo, el ambiente pesado se llenó de ellos.  Los recuerdos afloraban y bailaban al ritmo del picoteo, ¡tlac!, ¡tlac!, ¡tlac! unos extrañados, otros asustados y los demás juguetones. Era una fiesta, gritos, vítores, reclamos, justificaciones… Sabía que debía iniciar con la historia de él, porque él fue el principio y ella el fin.

Carlos Fernando Serrano Madrigal era un hombre muy atractivo. En su trabajo como operador de máquinas del Ferrocarril al Pacífico, perdió tres dedos de la mano derecha y dos de la izquierda, producto de un cable de alta tención que se desprendió y los cercenó. Todos en su tierra lo amaban porque era muy solidario, además, pertenecía al Club de Leones y era ministro en la iglesia.  _ ¡hombre muy pícaro! _ decían las mujeres. Y no se equivocaron, tenía gemelos con una de ellas fuera del matrimonio y uno que otro amor en cada lugar que se descarrilara el tren. Por sus venas corría sangre gitana, su cabello era negro como el betún, sus ojos azabaches destilaban furia. Era vigoroso y lleno de vida. Con su esposa, Cristina, tuvo 13 hijos, muchos nietos y bisnietos. Ningún hijo lo hizo sentirse orgulloso, todos tenían malas costumbres. Si eran las mujeres, ellas se escapaban para verse con hombres cuando él no estaba. Si eran los varones, ellos robaban en casas ajenas y dejaban muy mal parado al ministro. Pasaron los años y una de sus hijas, Maritza, se embarazó de un privado de libertad. Él decidió criar a la niña. Otra se casó, “bien casada”, como decían en esa época y un mes después de la llegada de su primera nieta llegó la segunda.

Las dos niñas crecieron e iban juntas a la misma escuela. Solo una de ella se interesó en los secretos más prohibidos que se encontraban en la biblioteca que tenía su abuelo. Con forme Manú fue creciendo, la curiosidad cogía camino. Le intrigaba ver que su abuelo ponía llave a la biblioteca. Esta tenía las puertas de vidrio y dejaba ver el maravilloso mundo literario lleno de colores. Todos los días pedía a su abuelo que le mostrara los libros. Él, pacientemente, sin dejar que Manú los tocara, le mostraba el maravilloso universo. Los dibujos la tenían hechizada, las letras góticas eran una maravilla, no sabía qué decían, pero estaba segura que era algo grandioso. Cada vez que su abuelo le mostraba uno de sus ejemplares, ella soñaba y tejía historias grandiosas.

Cierto día, su abuelo la sorprendió, la sentó en la silla de la abuela y le postró un libro en sus regazos. Los pies de Manú colgaban en el aire. ella tenía seis años, vestía un traje amarillo con flores diminutas, medias de color blanco y sus zapatos embetunados con gladiol. El corredor bolado de la abuela estaba lleno de begonias, sus plantas preferidas. Las había de todos los colores y tamaños. Ese día de noviembre guardó en su memoria el olor que expelen las flores y sobre todo el aroma del libro que le golpeaba la nariz. En ese entonces, no distinguía los maravillosos olores que emanaban los libros. Con el tiempo su memoria le fue indicando cada uno. Olía a ramilletes de violetas, olía a madero de laurel, a pino, a ciprés. Su abuela tenía la costumbre de guardar, en saquitos de manta, astillas y ramitos de estos maderos. Esos olores la acompañaron por el resto de su vida. Aquella imagen quedó guardada en su memoria como un grabado de Alberto Durero.

Su abuelo le fue enseñando cada símbolo, cada letra, cada vocal, cada sonido. Lo que es un renglón, una sangría, una mayúscula, un punto. Y luego solo escuchó hadas, querubines, paisajes paradisiacos jamás vistos. Conoció de castillos, de princesas, de dragones y monstruos, de príncipes azules…

De colores.

De sabores.

De olores.

De sensaciones.

De sonidos. Y empezó a sentir sin ser tocada, a oír sin ser nombrada, a degustar los mejores manjares jamás ingeridos. A oler lo irreconocible. Y a soñar, a volar, viajar, conocer, investigar. Cantar, recitar los versos y declamar las historias.

De la biblioteca saltaban los personajes: de Penélope aprendió la fidelidad. De Madame Bobary estudió que no importaba la clase social, igual una mujer puede aburrirse y arrepentirse de su matrimonio. Odiseo la premió con la astucia y aventuras muy emocionantes, así como la perseverancia para retornar al hogar. Conocía el mar, pero con Moby Dick descubrió los chacalotes de color blanco. La perseverancia de un viejo que no pescaba nada. Escuchó de infiernos y purgatorio a través de un viaje con un tal Virgilio. Adoró los dibujos de Gustave Doré. Descubrió diferentes tipos de manzanas como las de frutos prohibidos y las envenenadas.

Estaba invadida de personajes: Damocles, Drácula, Elizabeth Bennet, Fitzwilliam Darcy, Sherezade, don Quijote, Quasimodo, Frankenstein. Eran historias de historias. Eran sueños de sueños. Cada día leía y leía y leía hasta acabar con todos. Hizo una segunda ronda, ya para ese entonces, contaba con quince primaveras. Fue en este tiempo que conoció el dolor, sí, el verdadero dolor. Una llamada, a las tres de la mañana, de un dos de febrero, entró como un rayo que la partió en dos:  -abuelo ha muerto_ dijo una voz angustiada al otro lado de la línea. Y todo era oscuridad. Y solo quedó el frío. Y en su cuerpo se quedó a vivir la soledad.

El pecho le dolía, sentía un vacío inmenso. No podía llorar, no pudo llorar. No recordaba cómo llorar. Todos la observaban, pero ella miraba sin mirar. Estaba seca, vacía, él se llevó sus lágrimas, sus sueños, su existencia. Sólo dejó un cascarón. Ese día durmió en la cama del abuelo para sentirlo cerca. Nada, nada, nada… No sentía nada, no podía creerlo. Fue entonces, cuando su abuela le entregó un envoltorio y le dijo: _ tu abuelo pidió que conservaras esto_   _ ¿Qué es? _ dijo.  La voz que salió la tomó por sorpresa, porque no había emitido sonido alguno, desde la noticia fatídica. _ábrelo_ dijo la abuela. Era una carta y algo que pesaba. Y se entregó a leer:

 

Amada Manú:

Con esta llave encontrarás un motivo para seguir viviendo.

Ahí me encontrarás cada vez que quieras hablar conmigo, también hallarás las respuestas a las preguntas que aún no existentes.

Te dejo mi mundo, mi vida, ahora son tuyos y son tu responsabilidad.

Atentamente,

Tu incondicional.

Posdata: Perdón por no despedirme, pero la muerte tocó a mi puerta sin avisar y solo me dio una tregua para escribirte esta nota.

 

          Aferrada a la llave como a la vida misma, pasaron y pasaron y pasaron los años. No conseguía llorar, ninguna historia era capaz de trasgredir la soledad. El 02 de febrero de 2062 tuvo un sueño.

_ ¡Manú! _, _ ¡Manú! _, le gritaban. Se giró y vio como todo cobraba color. Cerró los ojos y percibió el olor a begonias, a maderos de Laurel, a ciprés y pino; a hojas de libros ajados. Un olor muy especial le acarició la nariz, ella lo conocía, sí, el olor del Acero, la loción que usaba su abuelo. Inhaló, inhaló…  hasta que le dolían los pulmones y los llenó hasta la saciedad. Se sintió mareada. Los gritos la sacaron de aquel confort. Los pájaros trinaban afanados, las ramas de los frondosos árboles bailaban al mismo ritmo. El aire fresco le acariciaba la tez y le mecía los cabellos. Era una brisa embriagadora, le estimulaba los sentidos. El ruido que hacía el agua sacaba notas desde el fondo y subían a trompicones por la cascada hasta sentirlos en el corazón. Fue entonces, cuando lo vio, con su camiseta de tirantes blanca, los pantalones de army color negro con los ruedos cosidos al revés. Su corazón daba saltitos y quería salir corriendo. _ ¡abuelooooo!_ ¡abueeeelllooololo! _ gritaba, pero la voz no le salía se quedaba en el pecho aleteando perdida. Un árbol acostado servía de puente, entre él y ella. Sintió terror a la altura, su abuelo le dijo que no temiera, que era seguro y él caminó hasta la mitad del tronco.  Ella fue cediendo y empezó a caminar muy despacito hasta encontrarse con él. Se abrazaron fuertemente hasta quedar sin aliento. Sintió sus fuertes brazos como cuando era niña, se sintió protegida y la soledad salió de su cuerpo. La niña Manú de seis años, los observaba desde lejos. Vio como los dos cuerpos se difuminaban y subían al cielo, lentamente, convertidos en humo de colores.

Cuando despertó, por la mañana, asida a la almohada, se dio cuenta que ésta estaba empapada por las lágrimas.